POLÍTICA
Democracia
sin ciudadanos, ciudadanos sin democracia
Filósofo Político y Politólogo. Docente e
Investigador de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM).
Investigador de la Universitat de Barcelona (UB).
LA REPÚBLICA, 25/03/2019
¿Por
qué viviendo en democracia [*] (así se denominan nuestros regímenes políticos y
así lo proclaman los políticos) sin embargo vemos continuamente a los
ciudadanos en las calles invocando su derecho a la protesta ante unas
instituciones en las que no se sienten representados?
Para
comenzar a responder, pensemos cómo la palabra “democracia” parece desgastada
de tanto uso, pero sobre todo de tanto olvido, que provoca que se convierta en
una metáfora con la que invocar múltiples y contrarios significados, la misma palabra
para realidades políticas tan diferentes, y alejadas de su origen. Gran parte
de la ciudadanía no llega a ser consciente de esa variedad de significados que oculta
una batalla política y sus diferentes formas de entender lo común.
Aunque
quizás debiéramos empezar por el principio. En su origen griego “democracia” designaba
a un régimen político en el que los ciudadanos participaban en deliberaciones
políticas y tomaban las decisiones por igual. Aristóteles añadía una importante
reflexión: la democracia también era el gobierno de “los muchos”, es decir, de
la clase social baja, como opuesto al gobierno de las clases altas, como representaría
el gobierno de “uno” (monarquía) o el gobierno de “los pocos” (oligarquía). Es
cierto que en aquella democracia ateniense quedaban excluidos de la política
grandes sectores de la población: los esclavos, las mujeres y los extranjeros.
No era un régimen perfecto, ni mucho menos, pero sí nos ha legado la idea valiosa
de que merece la pena el autogobierno de los ciudadanos.
Para
los demócratas republicanos, que recogen el legado de la democracia clásica, la
democracia sigue siendo ese espacio político donde los ciudadanos se realizan,
se construyen en las deliberaciones sobre lo común. Donde la libertad es la
expresión de la participación en los asuntos públicos, donde se construye tanto
lo público como a la propia persona. La autorrealización pasa por la
participación en los asuntos públicos y no solo en los privados.
En
cambio, para los demócratas elitistas, la democracia es un sistema de selección
de élites, como diría Schumpeter, que buscan su legitimidad en el proceso
electoral. En esta concepción prima la apelación a las pasiones frente a la
razón, el mensaje publicitario frente al proyecto político, y en cada proceso
electoral se rompen los récords del coste de la campaña. En esta visión de la
política, las instituciones representan por sí mismas a la democracia, y los
ciudadanos parecen sobrar o ser un obstáculo. Parecen decir: ¡Qué bien
funcionarían las instituciones democráticas… si no fuese por los ciudadanos…!
Por
las razones expuestas, el ciudadano ha de estar atento cuando un político
pronuncie la palabra “democracia”, debe poder identificar a qué modelo representa:
republicano o elitista. El ciudadano ha de aprender a reconocer y distinguir el
acento del político que defenderá el gobierno de “uno” o de “los pocos”, de
aquél que se preocupará por el gobierno de “los muchos”.
La
democracia requiere necesariamente de un buen diseño institucional que sepa
llevar la voz de los ciudadanos a sus representantes, pero no todo es diseño
institucional, la calidad de la ciudadanía es fundamental para el
funcionamiento democrático de la propia ciudadanía. Y la calidad de la
ciudadanía implica aspectos económicos, sociales, políticos y culturales. Es imposible
pensar en una ciudadanía de calidad con grandes diferencias sociales o sin
formación y educación en los asuntos públicos, ambos elementos son necesarios
para una deliberación democrática.
Los
ciudadanos deben tomar la responsabilidad de su formación política y acercarse
a los debates y a los medios de comunicación que informen sobre los proyectos
políticos, y alejarse de aquellos medios que encuentran en la política otro
espacio más para el espectáculo o el simulacro.
Tanto
en Lima como en Barcelona la crisis de representatividad es un grave problema que
alienta neopopulismos excluyentes que promueven el odio. Por ello, es necesario
entender el divorcio entre ciudadanía e instituciones y la necesidad de una
“democratización de la democracia” y de sus instituciones para que la palabra
“democracia” tenga algún significado realmente democrático.
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[*] Este tema ha sido
desarrollado en el artículo académico:
Lara
Amat y León, Joan (2018). Las pasadas
elecciones democráticas no han tenido lugar: por una democracia razonable.
Cuadernos de Ética y Filosofía Política. Revista de la Asociación Peruana de
Ética y Filosofía Política (ASPEFIP), n° 7, pp. 123-135. (https://drive.google.com/file/d/1sJSzzt1tPggMBV-KSvEEMqHXZRUopVmw/view)
Fuente: https://larepublica.pe/politica/1437428-democracia-ciudadanos-ciudadanos-democracia